Nuestro mundo sufre sobre todo por falta de amistad, a todos los
niveles, a partir del económico.
Hace falta amistad para resolver los graves problemas de la miseria y la exclusión.
La
filantropía no basta; muchas veces incluso hace daño porque es
unilateral. Yo ayudo porque 'soy generoso', y hasta porque me conviene de alguna manera; no porque el otro me importe y me sienta comprometido a hacerlo.
La amistad pide mucho a todos, a los que dan y a los que
reciben, porque es una forma de reciprocidad en la que todos dan y todos
reciben. Y en la que todos perdonan, pues sin un perdón continuo e
institucionalizado la amistad no dura.
La amistad es felicidad, bienestar, vida buena. Pero la vida a
nuestro alrededor nos muestra continuamente un espectáculo de
no-amistad. Recordar continuamente que la amistad es la vocación de la
humanidad implica tener una idea de la salud y la enfermedad de las
sociedades humanas.
La amistad respetuosa señala el comienzo que es a la vez
el fin último de la historia, la meta hacia la que tendemos.
La
no-amistad no es ni la primera ni la última palabra sobre lo humano.
Decir que la amistad es la salud y la no-amistad la enfermedad,
significa tener una idea de la terapia para curarnos. En cambio, la
cultura dominante se ha esmerado en invertir este orden y transformando la
enfermedad en salud. Así lo hace cada vez que dice que la rivalidad, la
envidia y la vejación del otro son los principales agentes de
crecimiento económico y que la concordia, la gratuidad y la igualdad no
aumentan el PIB.
Y ni se mencione la aberración de considerar a la guerra como un gran negocio.
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